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  • La Guardiana del Invierno Polar

    En el reino eterno del hielo y la nieve, donde los vientos gélidos susurraban cuentos olvidados y las auroras boreales pintaban el cielo nocturno con colores fantásticos, vivía Anya, la Guardiana del Invierno Polar. No era una mujer común; poseía un vínculo inquebrantable con las fuerzas de la naturaleza, un don heredado de generaciones de mujeres guerreras que protegían el equilibrio entre el frío eterno y el mundo mortal.

    Su fiel compañero era Nanuq, un oso polar de pelaje blanco como la nieve y ojos que ardían con la misma luz dorada de las tormentas eléctricas que a menudo azotaban su tierra. Nanuq no era una bestia ordinaria; era un espíritu guardian que compartía la conexión de Anya con los poderes de la naturaleza, un reflejo de su fuerza y lealtad.

    La leyenda decía que cuando el equilibrio del mundo se veía amenazado, Anya y Nanuq aparecían para restaurar la armonía. Su fuerza combinada era capaz de detener las tormentas más feroces, calmar los mares embravecidos y domesticar a las criaturas más salvajes. En sus ojos brillaba la determinación inquebrantable de proteger su tierra natal, y en cada paso que daban, dejaban una estela de magia invernal.

    Un día, un oscuro hechicero, envidioso del poder de Anya, buscó romper el equilibrio y sumir el reino en un eterno invierno. Con sus artes perversas, provocó una tormenta de proporciones inimaginables, amenazando con congelar el corazón del mundo.

    Pero Anya y Nanuq no se rindieron. Juntos, enfrentaron la inminente tormenta, sus fuerzas combinadas desataron un poder que sobrepasó cualquier amenaza. Con un rugido que resonó a través del reino congelado, Nanuq repelió las fuerzas oscuras mientras que Anya, con la ayuda de la magia ancestral, guio la tormenta de vuelta a su origen, restaurando de esta manera el delicado equilibrio de la naturaleza.

    Desde entonces, Anya y Nanuq continuaron custodiando el Invierno Polar, protegiendo su tierra y recordando a todos que incluso en los entornos más hostiles, la esperanza y la protección siempre pueden ser encontrados en la unión entre la naturaleza y el coraje humano.
    La Guardiana del Invierno Polar En el reino eterno del hielo y la nieve, donde los vientos gélidos susurraban cuentos olvidados y las auroras boreales pintaban el cielo nocturno con colores fantásticos, vivía Anya, la Guardiana del Invierno Polar. No era una mujer común; poseía un vínculo inquebrantable con las fuerzas de la naturaleza, un don heredado de generaciones de mujeres guerreras que protegían el equilibrio entre el frío eterno y el mundo mortal. Su fiel compañero era Nanuq, un oso polar de pelaje blanco como la nieve y ojos que ardían con la misma luz dorada de las tormentas eléctricas que a menudo azotaban su tierra. Nanuq no era una bestia ordinaria; era un espíritu guardian que compartía la conexión de Anya con los poderes de la naturaleza, un reflejo de su fuerza y lealtad. La leyenda decía que cuando el equilibrio del mundo se veía amenazado, Anya y Nanuq aparecían para restaurar la armonía. Su fuerza combinada era capaz de detener las tormentas más feroces, calmar los mares embravecidos y domesticar a las criaturas más salvajes. En sus ojos brillaba la determinación inquebrantable de proteger su tierra natal, y en cada paso que daban, dejaban una estela de magia invernal. Un día, un oscuro hechicero, envidioso del poder de Anya, buscó romper el equilibrio y sumir el reino en un eterno invierno. Con sus artes perversas, provocó una tormenta de proporciones inimaginables, amenazando con congelar el corazón del mundo. Pero Anya y Nanuq no se rindieron. Juntos, enfrentaron la inminente tormenta, sus fuerzas combinadas desataron un poder que sobrepasó cualquier amenaza. Con un rugido que resonó a través del reino congelado, Nanuq repelió las fuerzas oscuras mientras que Anya, con la ayuda de la magia ancestral, guio la tormenta de vuelta a su origen, restaurando de esta manera el delicado equilibrio de la naturaleza. Desde entonces, Anya y Nanuq continuaron custodiando el Invierno Polar, protegiendo su tierra y recordando a todos que incluso en los entornos más hostiles, la esperanza y la protección siempre pueden ser encontrados en la unión entre la naturaleza y el coraje humano.
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  • La Sinfonía del Infierno

    En las profundidades del infierno, donde las llamas eternas lamían las paredes de roca, se encuentra una orquesta infernal. Dirigida por un maestro de siniestra apariencia, con #cuernos que se alzan hacia el cielo infernal y una mirada penetrante que irradia maldad, la música que emana de sus instrumentos es tan aterradora como bella.

    Los músicos, demonios con cuernos y rostros grotescos, tocan sus violonchelos con una precisión diabólica. Sus movimientos son sincronizados, mecánicos, casi como si fueran marionetas en manos de una fuerza superior. Sus instrumentos, de madera oscura y pulida, parecen emanar un calor infernal.

    El maestro se yergue, imponente, sobre el abismo de lava que serpentea a través del suelo. Sus brazos se elevan y caen, marcando el compás de una sinfonía que describe el tormento eterno, la desesperación sin fin, y el sufrimiento incesante. Sus gestos son teatrales, amplificando la atmósfera dramática del concierto.

    Las llamas del infierno pintan la escena con sombras vibrantes y contrastes poderosos. La música, una amalgama de disonancias y notas agudas, resuena en el espacio infernal, penetrando hasta los huesos. Es una #música que no se puede olvidar, una música que quema la mente con su fuerza oscura y su belleza macabra.

    El concierto continúa, una sinfonía eterna interpretada por los condenados, un recordatorio del tormento que espera a aquellos que se alejan del camino de la luz. El maestro, con una sonrisa malévola, sigue dirigiendo, disfrutando de su poder sobre este mar de sufrimiento musical. Su mirada se pierde en la danza infernal del fuego y las #sombras, perdido en la oscura belleza de su creación.
    La Sinfonía del Infierno En las profundidades del infierno, donde las llamas eternas lamían las paredes de roca, se encuentra una orquesta infernal. Dirigida por un maestro de siniestra apariencia, con #cuernos que se alzan hacia el cielo infernal y una mirada penetrante que irradia maldad, la música que emana de sus instrumentos es tan aterradora como bella. Los músicos, demonios con cuernos y rostros grotescos, tocan sus violonchelos con una precisión diabólica. Sus movimientos son sincronizados, mecánicos, casi como si fueran marionetas en manos de una fuerza superior. Sus instrumentos, de madera oscura y pulida, parecen emanar un calor infernal. El maestro se yergue, imponente, sobre el abismo de lava que serpentea a través del suelo. Sus brazos se elevan y caen, marcando el compás de una sinfonía que describe el tormento eterno, la desesperación sin fin, y el sufrimiento incesante. Sus gestos son teatrales, amplificando la atmósfera dramática del concierto. Las llamas del infierno pintan la escena con sombras vibrantes y contrastes poderosos. La música, una amalgama de disonancias y notas agudas, resuena en el espacio infernal, penetrando hasta los huesos. Es una #música que no se puede olvidar, una música que quema la mente con su fuerza oscura y su belleza macabra. El concierto continúa, una sinfonía eterna interpretada por los condenados, un recordatorio del tormento que espera a aquellos que se alejan del camino de la luz. El maestro, con una sonrisa malévola, sigue dirigiendo, disfrutando de su poder sobre este mar de sufrimiento musical. Su mirada se pierde en la danza infernal del fuego y las #sombras, perdido en la oscura belleza de su creación.
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  • La Hechicera de la Torre del Reloj

    En lo alto de la torre del reloj, donde el tiempo se entrelaza con la #magia, vivía una hechicera llamada Elara. Su cabello, oscuro como la noche, caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando unos ojos verdes que brillaban con la sabiduría de los siglos. No era una hechicera maligna, sino una guardiana de los antiguos saberes, una estudiosa de las energías sutiles que fluían a través del universo.

    Su torre, un laberinto de engranajes y mecanismos, era también su biblioteca. Miles de libros antiguos, llenos de #conjuros y encantamientos olvidados, se amontonaban en sus estantes, custodiando secretos que solo Elara comprendía. Con sus manos delicadas, manipulaba la energía, tejiendo hilos de luz que danzaban como chispas de una estrella distante.

    A pesar de su poder, Elara prefería la soledad. El mundo exterior, con sus guerras y ambiciones, le parecía un lugar hostil, lleno de ignorancia y prejuicios. Ella dedicaba su vida a la investigación, a la búsqueda del conocimiento, a la preservación de la magia antigua.

    Una fría noche de invierno, sin embargo, la calma fue interrumpida. Un joven caballero, perdido y herido, llegó a la base de la torre, implorando ayuda. Conmovida por su desesperación, Elara lo acogió, rompiendo su reclusión por primera vez en muchos años. Al joven, herido en una batalla injusta, ella le ofreció no solo refugio, sino también una oportunidad para aprender de su sabiduría. Así, el corazón de la #hechicera, antes ajeno al mundo, empezó a abrirse, y el mundo exterior, a su vez, encontró un faro de luz en la solitaria torre del #reloj.
    La Hechicera de la Torre del Reloj En lo alto de la torre del reloj, donde el tiempo se entrelaza con la #magia, vivía una hechicera llamada Elara. Su cabello, oscuro como la noche, caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando unos ojos verdes que brillaban con la sabiduría de los siglos. No era una hechicera maligna, sino una guardiana de los antiguos saberes, una estudiosa de las energías sutiles que fluían a través del universo. Su torre, un laberinto de engranajes y mecanismos, era también su biblioteca. Miles de libros antiguos, llenos de #conjuros y encantamientos olvidados, se amontonaban en sus estantes, custodiando secretos que solo Elara comprendía. Con sus manos delicadas, manipulaba la energía, tejiendo hilos de luz que danzaban como chispas de una estrella distante. A pesar de su poder, Elara prefería la soledad. El mundo exterior, con sus guerras y ambiciones, le parecía un lugar hostil, lleno de ignorancia y prejuicios. Ella dedicaba su vida a la investigación, a la búsqueda del conocimiento, a la preservación de la magia antigua. Una fría noche de invierno, sin embargo, la calma fue interrumpida. Un joven caballero, perdido y herido, llegó a la base de la torre, implorando ayuda. Conmovida por su desesperación, Elara lo acogió, rompiendo su reclusión por primera vez en muchos años. Al joven, herido en una batalla injusta, ella le ofreció no solo refugio, sino también una oportunidad para aprender de su sabiduría. Así, el corazón de la #hechicera, antes ajeno al mundo, empezó a abrirse, y el mundo exterior, a su vez, encontró un faro de luz en la solitaria torre del #reloj.
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  • El Elefante Músico de Año Nuevo

    Era la víspera de Año Nuevo en el elegante salón de baile "El Gran Circo". Globos multicolores flotaban en el aire, iluminados por el resplandor tenue de las luces. La multitud, vestida con sus mejores galas, aguardaba con impaciencia la llegada de la medianoche. En el centro del salón, sobre un piano rojo brillante, se sentaba un elefante peculiar. Vestía un elegante frac negro, un sombrero de copa y una pajarita. No era un #elefante cualquiera; era Horace, el pianista más famoso del mundo del #circo. Sus dedos, toscamente grandes pero increíblemente hábiles, danzaban sobre las teclas.

    La música llenaba el salón, una alegre melodía que mezclaba el jazz con la música clásica, una curiosa combinación que Horace había perfeccionado a lo largo de sus años de carrera. Cada nota parecía vibrar con un entusiasmo contagioso, animando a la multitud a elevar sus copas en un brindis anticipado. Las chispas de un pequeño espectáculo de fuegos artificiales se elevaban hacia el techo, reflejando la emoción del momento. En la gran pantalla digital detrás de Horace, los números cambiaban lentamente, acercándose a la medianoche.

    Cuando las agujas del reloj marcaban las doce, Horace tocó la última nota, un potente acorde que resonó en todo el salón. La multitud estalló en vítores y aplausos, mientras Horace se inclinaba con gracia, su larga trompa describiendo un elegante arco en el aire. Los confetis volaban, creando una hermosa lluvia dorada sobre la multitud. Horace, el elefante pianista, había hecho de esta víspera de Año Nuevo una noche para recordar. Y mientras la celebración se prolongaba, la música seguía resonando, un testimonio del talento único y la alegría infatigable de Horace.
    El Elefante Músico de Año Nuevo Era la víspera de Año Nuevo en el elegante salón de baile "El Gran Circo". Globos multicolores flotaban en el aire, iluminados por el resplandor tenue de las luces. La multitud, vestida con sus mejores galas, aguardaba con impaciencia la llegada de la medianoche. En el centro del salón, sobre un piano rojo brillante, se sentaba un elefante peculiar. Vestía un elegante frac negro, un sombrero de copa y una pajarita. No era un #elefante cualquiera; era Horace, el pianista más famoso del mundo del #circo. Sus dedos, toscamente grandes pero increíblemente hábiles, danzaban sobre las teclas. La música llenaba el salón, una alegre melodía que mezclaba el jazz con la música clásica, una curiosa combinación que Horace había perfeccionado a lo largo de sus años de carrera. Cada nota parecía vibrar con un entusiasmo contagioso, animando a la multitud a elevar sus copas en un brindis anticipado. Las chispas de un pequeño espectáculo de fuegos artificiales se elevaban hacia el techo, reflejando la emoción del momento. En la gran pantalla digital detrás de Horace, los números cambiaban lentamente, acercándose a la medianoche. Cuando las agujas del reloj marcaban las doce, Horace tocó la última nota, un potente acorde que resonó en todo el salón. La multitud estalló en vítores y aplausos, mientras Horace se inclinaba con gracia, su larga trompa describiendo un elegante arco en el aire. Los confetis volaban, creando una hermosa lluvia dorada sobre la multitud. Horace, el elefante pianista, había hecho de esta víspera de Año Nuevo una noche para recordar. Y mientras la celebración se prolongaba, la música seguía resonando, un testimonio del talento único y la alegría infatigable de Horace.
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  • **El Baile del Gato Cóndor**

    En el corazón palpitante del Carnaval Psicodélico, donde las notas musicales se mezclaban con el rugido de la realidad deformada, se encontraba el Gato Cóndor. No era un gato cualquiera; su pelaje se asemejaba a la noche estrellada, sus ojos brillaban con la sabiduría de mil #lunas y su tamaño sobrepasaba la comprensión humana. Era el rey de este #torbellino de color, donde el espacio se ondulaba y las formas se derretían como cera al sol.

    El #Gato #Cóndor, con un paso majestuoso, se acercó a una joven de cabello negro como la tinta. Su vestido, una explosión de formas geométricas y colores vibrantes, parecía escapar de su control, al igual que su risa, aguda y contagiosa. La tomó con un gesto delicado, pero firme, y comenzaron a bailar. No era un vals, ni una salsa; era un baile nacido del alma, una danza entre la lógica y el #delirio.

    Alrededor de ellos, una multitud multiforme se movía al ritmo de la música. #Criaturas fantásticas, seres mitad humanos mitad animal, se mezclaban con gente común, todos unidos por un mismo pulso que latía al unísono con sus corazones. Era una unión de mentes y cuerpos vibrando en la misma frecuencia; un #ballet de la percepción alterada.

    El aire se cargó de partículas espectrales que formaban remolinos de luz y color. Estructuras imposibles se elevaban desde el suelo, desafiando las leyes conocidas de la física, mientras el cielo se reflejaba en cada ojo, creando un universo en miniatura dentro de cada mirada.

    De pronto, el #Gato Cóndor se elevó en el aire por un momento, su cuerpo se estiró como si rompiera las barreras de la gravedad y la realidad, mientras la joven parecía perderse en un océano de risas y luces. Luego, aterrizaron con suavidad, sus cuerpos brillando con un fulgor interno que irradiaba a todos alrededor, creando una ola de éxtasis colectivo.

    El baile continuó hasta que los colores se desvanecieron y el #Carnaval Psicodélico se redujo a un simple recuerdo. Pero para la joven, el baile del Gato Cóndor permanecería grabado en su alma, un recuerdo inolvidable del viaje a través de los límites de su propia consciencia. Un recuerdo del momento en que el delirio se hizo carne y el baile se convirtió en la sinfonía de un sueño.
    **El Baile del Gato Cóndor** En el corazón palpitante del Carnaval Psicodélico, donde las notas musicales se mezclaban con el rugido de la realidad deformada, se encontraba el Gato Cóndor. No era un gato cualquiera; su pelaje se asemejaba a la noche estrellada, sus ojos brillaban con la sabiduría de mil #lunas y su tamaño sobrepasaba la comprensión humana. Era el rey de este #torbellino de color, donde el espacio se ondulaba y las formas se derretían como cera al sol. El #Gato #Cóndor, con un paso majestuoso, se acercó a una joven de cabello negro como la tinta. Su vestido, una explosión de formas geométricas y colores vibrantes, parecía escapar de su control, al igual que su risa, aguda y contagiosa. La tomó con un gesto delicado, pero firme, y comenzaron a bailar. No era un vals, ni una salsa; era un baile nacido del alma, una danza entre la lógica y el #delirio. Alrededor de ellos, una multitud multiforme se movía al ritmo de la música. #Criaturas fantásticas, seres mitad humanos mitad animal, se mezclaban con gente común, todos unidos por un mismo pulso que latía al unísono con sus corazones. Era una unión de mentes y cuerpos vibrando en la misma frecuencia; un #ballet de la percepción alterada. El aire se cargó de partículas espectrales que formaban remolinos de luz y color. Estructuras imposibles se elevaban desde el suelo, desafiando las leyes conocidas de la física, mientras el cielo se reflejaba en cada ojo, creando un universo en miniatura dentro de cada mirada. De pronto, el #Gato Cóndor se elevó en el aire por un momento, su cuerpo se estiró como si rompiera las barreras de la gravedad y la realidad, mientras la joven parecía perderse en un océano de risas y luces. Luego, aterrizaron con suavidad, sus cuerpos brillando con un fulgor interno que irradiaba a todos alrededor, creando una ola de éxtasis colectivo. El baile continuó hasta que los colores se desvanecieron y el #Carnaval Psicodélico se redujo a un simple recuerdo. Pero para la joven, el baile del Gato Cóndor permanecería grabado en su alma, un recuerdo inolvidable del viaje a través de los límites de su propia consciencia. Un recuerdo del momento en que el delirio se hizo carne y el baile se convirtió en la sinfonía de un sueño.
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  • Pesada es la corona
    Pesada es la corona
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  • En un reino donde el mar besaba las rocas, vivía un anciano sabio, guardián de un misterioso poder. Su bastón, tallado en madera ancestral, albergaba un secreto: la llave para el eterno rejuvenecimiento. Cada cien años, cuatro mujeres de belleza incomparable se acercaban a la cueva del sabio, buscando la promesa de eterna juventud.

    El anciano, con su larga barba blanca y mirada penetrante, observaba a las jóvenes con sabiduría y compasión. No regalaba la juventud a la ligera, pues sabía que la verdadera belleza residía en la aceptación del tiempo. La decisión no descansaba en su bastón mágico, sino en la pureza de sus corazones.

    El mar rugía como testigo mudo de este ritual ancestral. El viento susurraba historias de quienes habían buscado la inmortalidad, algunos agraciados, otros corrompidos por el deseo. Este año, las cuatro mujeres, vestidas con sedas ricas y brillantes, esperaban ansiosas su juicio. Sus miradas reflejaban el anhelo por una vida sin fin, pero también la duda sobre el precio a pagar.

    El anciano sabio, con un gesto lento y solemne, alzó su bastón. No era la magia del objeto lo que importaba, sino el reflejo de sus corazones en el agua. En ese espejo mágico, solo la verdadera belleza, la que trasciende el tiempo y la carne, se revelaba. La decisión del anciano, un secreto entre el mar y las rocas, decidiría el destino de las cuatro jóvenes.
    En un reino donde el mar besaba las rocas, vivía un anciano sabio, guardián de un misterioso poder. Su bastón, tallado en madera ancestral, albergaba un secreto: la llave para el eterno rejuvenecimiento. Cada cien años, cuatro mujeres de belleza incomparable se acercaban a la cueva del sabio, buscando la promesa de eterna juventud. El anciano, con su larga barba blanca y mirada penetrante, observaba a las jóvenes con sabiduría y compasión. No regalaba la juventud a la ligera, pues sabía que la verdadera belleza residía en la aceptación del tiempo. La decisión no descansaba en su bastón mágico, sino en la pureza de sus corazones. El mar rugía como testigo mudo de este ritual ancestral. El viento susurraba historias de quienes habían buscado la inmortalidad, algunos agraciados, otros corrompidos por el deseo. Este año, las cuatro mujeres, vestidas con sedas ricas y brillantes, esperaban ansiosas su juicio. Sus miradas reflejaban el anhelo por una vida sin fin, pero también la duda sobre el precio a pagar. El anciano sabio, con un gesto lento y solemne, alzó su bastón. No era la magia del objeto lo que importaba, sino el reflejo de sus corazones en el agua. En ese espejo mágico, solo la verdadera belleza, la que trasciende el tiempo y la carne, se revelaba. La decisión del anciano, un secreto entre el mar y las rocas, decidiría el destino de las cuatro jóvenes.
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  • La pequeña Hana vivía en un pueblo olvidado, envuelto en la bruma perpetua de las montañas. Su vida era una tela deshilachada, tan rota como la túnica que vestía, heredada de su abuela, la última guardiana de los secretos del lago Estelar. Este lago, en las noches sin luna, brillaba con una luz etérea, un reflejo del cosmos que se extendía más allá de las cimas.

    Hana, huérfana y solitaria, encontraba consuelo en la orilla del lago. Una noche, mientras los cielos desplegaban su aurora boreal de colores pastel, vio emerger del agua una criatura de luz: un ciervo blanco, etéreo, cuyo pelaje parecía tejido de estrellas y cuyos cuernos se extendían como ramas de un árbol celestial. Sus ojos, dos pozos de luz estelar, la miraron con una profunda y antigua sabiduría.

    Sin miedo, Hana extendió la mano. El ciervo luminoso se acercó, su aliento frío como el polvo de las estrellas, y rozó su dedo con su húmedo hocico. En ese instante, Hana sintió un torrente de imágenes, de recuerdos que no eran suyos, pero que resonaban en lo más profundo de su ser.

    Vio a su abuela, joven y radiante, tejiendo historias bajo la luz del lago. Vio a generaciones de guardianas, cada una custodiando un fragmento de la memoria del universo. Comprendió entonces que el ciervo era el espíritu del lago, la encarnación de la memoria cósmica, y que ella, la última guardiana, era la elegida para protegerla.

    El ciervo se desvaneció, dejando tras de sí un brillo dorado que se fundió con el agua, pero la imagen permaneció grabada en el corazón de Hana. A partir de esa noche, la pequeña Hana no se sintió tan sola. Sabía que, aunque su vida fuera una tela deshilachada, estaba conectada a algo mucho más vasto y luminoso que la envolvía en una red de estrellas y misterios. Ella era la guardiana de la memoria del universo, una heredera de la luz y el misterio del lago Estelar.
    La pequeña Hana vivía en un pueblo olvidado, envuelto en la bruma perpetua de las montañas. Su vida era una tela deshilachada, tan rota como la túnica que vestía, heredada de su abuela, la última guardiana de los secretos del lago Estelar. Este lago, en las noches sin luna, brillaba con una luz etérea, un reflejo del cosmos que se extendía más allá de las cimas. Hana, huérfana y solitaria, encontraba consuelo en la orilla del lago. Una noche, mientras los cielos desplegaban su aurora boreal de colores pastel, vio emerger del agua una criatura de luz: un ciervo blanco, etéreo, cuyo pelaje parecía tejido de estrellas y cuyos cuernos se extendían como ramas de un árbol celestial. Sus ojos, dos pozos de luz estelar, la miraron con una profunda y antigua sabiduría. Sin miedo, Hana extendió la mano. El ciervo luminoso se acercó, su aliento frío como el polvo de las estrellas, y rozó su dedo con su húmedo hocico. En ese instante, Hana sintió un torrente de imágenes, de recuerdos que no eran suyos, pero que resonaban en lo más profundo de su ser. Vio a su abuela, joven y radiante, tejiendo historias bajo la luz del lago. Vio a generaciones de guardianas, cada una custodiando un fragmento de la memoria del universo. Comprendió entonces que el ciervo era el espíritu del lago, la encarnación de la memoria cósmica, y que ella, la última guardiana, era la elegida para protegerla. El ciervo se desvaneció, dejando tras de sí un brillo dorado que se fundió con el agua, pero la imagen permaneció grabada en el corazón de Hana. A partir de esa noche, la pequeña Hana no se sintió tan sola. Sabía que, aunque su vida fuera una tela deshilachada, estaba conectada a algo mucho más vasto y luminoso que la envolvía en una red de estrellas y misterios. Ella era la guardiana de la memoria del universo, una heredera de la luz y el misterio del lago Estelar.
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