Conecte sua conta ao

Esqueceu a Senha?
Já tem uma Conta? Registrar
La pequeña Hana vivía en un pueblo olvidado, envuelto en la bruma perpetua de las montañas. Su vida era una tela deshilachada, tan rota como la túnica que vestía, heredada de su abuela, la última guardiana de los secretos del lago Estelar. Este lago, en las noches sin luna, brillaba con una luz etérea, un reflejo del cosmos que se extendía más allá de las cimas.

Hana, huérfana y solitaria, encontraba consuelo en la orilla del lago. Una noche, mientras los cielos desplegaban su aurora boreal de colores pastel, vio emerger del agua una criatura de luz: un ciervo blanco, etéreo, cuyo pelaje parecía tejido de estrellas y cuyos cuernos se extendían como ramas de un árbol celestial. Sus ojos, dos pozos de luz estelar, la miraron con una profunda y antigua sabiduría.

Sin miedo, Hana extendió la mano. El ciervo luminoso se acercó, su aliento frío como el polvo de las estrellas, y rozó su dedo con su húmedo hocico. En ese instante, Hana sintió un torrente de imágenes, de recuerdos que no eran suyos, pero que resonaban en lo más profundo de su ser.

Vio a su abuela, joven y radiante, tejiendo historias bajo la luz del lago. Vio a generaciones de guardianas, cada una custodiando un fragmento de la memoria del universo. Comprendió entonces que el ciervo era el espíritu del lago, la encarnación de la memoria cósmica, y que ella, la última guardiana, era la elegida para protegerla.

El ciervo se desvaneció, dejando tras de sí un brillo dorado que se fundió con el agua, pero la imagen permaneció grabada en el corazón de Hana. A partir de esa noche, la pequeña Hana no se sintió tan sola. Sabía que, aunque su vida fuera una tela deshilachada, estaba conectada a algo mucho más vasto y luminoso que la envolvía en una red de estrellas y misterios. Ella era la guardiana de la memoria del universo, una heredera de la luz y el misterio del lago Estelar.
La pequeña Hana vivía en un pueblo olvidado, envuelto en la bruma perpetua de las montañas. Su vida era una tela deshilachada, tan rota como la túnica que vestía, heredada de su abuela, la última guardiana de los secretos del lago Estelar. Este lago, en las noches sin luna, brillaba con una luz etérea, un reflejo del cosmos que se extendía más allá de las cimas. Hana, huérfana y solitaria, encontraba consuelo en la orilla del lago. Una noche, mientras los cielos desplegaban su aurora boreal de colores pastel, vio emerger del agua una criatura de luz: un ciervo blanco, etéreo, cuyo pelaje parecía tejido de estrellas y cuyos cuernos se extendían como ramas de un árbol celestial. Sus ojos, dos pozos de luz estelar, la miraron con una profunda y antigua sabiduría. Sin miedo, Hana extendió la mano. El ciervo luminoso se acercó, su aliento frío como el polvo de las estrellas, y rozó su dedo con su húmedo hocico. En ese instante, Hana sintió un torrente de imágenes, de recuerdos que no eran suyos, pero que resonaban en lo más profundo de su ser. Vio a su abuela, joven y radiante, tejiendo historias bajo la luz del lago. Vio a generaciones de guardianas, cada una custodiando un fragmento de la memoria del universo. Comprendió entonces que el ciervo era el espíritu del lago, la encarnación de la memoria cósmica, y que ella, la última guardiana, era la elegida para protegerla. El ciervo se desvaneció, dejando tras de sí un brillo dorado que se fundió con el agua, pero la imagen permaneció grabada en el corazón de Hana. A partir de esa noche, la pequeña Hana no se sintió tan sola. Sabía que, aunque su vida fuera una tela deshilachada, estaba conectada a algo mucho más vasto y luminoso que la envolvía en una red de estrellas y misterios. Ella era la guardiana de la memoria del universo, una heredera de la luz y el misterio del lago Estelar.
0 Comentários 0 Compartilhamentos 72 Visualizações