En un reino donde el mar besaba las rocas, vivía un anciano sabio, guardián de un misterioso poder. Su bastón, tallado en madera ancestral, albergaba un secreto: la llave para el eterno rejuvenecimiento. Cada cien años, cuatro mujeres de belleza incomparable se acercaban a la cueva del sabio, buscando la promesa de eterna juventud.
El anciano, con su larga barba blanca y mirada penetrante, observaba a las jóvenes con sabiduría y compasión. No regalaba la juventud a la ligera, pues sabía que la verdadera belleza residía en la aceptación del tiempo. La decisión no descansaba en su bastón mágico, sino en la pureza de sus corazones.
El mar rugía como testigo mudo de este ritual ancestral. El viento susurraba historias de quienes habían buscado la inmortalidad, algunos agraciados, otros corrompidos por el deseo. Este año, las cuatro mujeres, vestidas con sedas ricas y brillantes, esperaban ansiosas su juicio. Sus miradas reflejaban el anhelo por una vida sin fin, pero también la duda sobre el precio a pagar.
El anciano sabio, con un gesto lento y solemne, alzó su bastón. No era la magia del objeto lo que importaba, sino el reflejo de sus corazones en el agua. En ese espejo mágico, solo la verdadera belleza, la que trasciende el tiempo y la carne, se revelaba. La decisión del anciano, un secreto entre el mar y las rocas, decidiría el destino de las cuatro jóvenes.
En un reino donde el mar besaba las rocas, vivía un anciano sabio, guardián de un misterioso poder. Su bastón, tallado en madera ancestral, albergaba un secreto: la llave para el eterno rejuvenecimiento. Cada cien años, cuatro mujeres de belleza incomparable se acercaban a la cueva del sabio, buscando la promesa de eterna juventud.
El anciano, con su larga barba blanca y mirada penetrante, observaba a las jóvenes con sabiduría y compasión. No regalaba la juventud a la ligera, pues sabía que la verdadera belleza residía en la aceptación del tiempo. La decisión no descansaba en su bastón mágico, sino en la pureza de sus corazones.
El mar rugía como testigo mudo de este ritual ancestral. El viento susurraba historias de quienes habían buscado la inmortalidad, algunos agraciados, otros corrompidos por el deseo. Este año, las cuatro mujeres, vestidas con sedas ricas y brillantes, esperaban ansiosas su juicio. Sus miradas reflejaban el anhelo por una vida sin fin, pero también la duda sobre el precio a pagar.
El anciano sabio, con un gesto lento y solemne, alzó su bastón. No era la magia del objeto lo que importaba, sino el reflejo de sus corazones en el agua. En ese espejo mágico, solo la verdadera belleza, la que trasciende el tiempo y la carne, se revelaba. La decisión del anciano, un secreto entre el mar y las rocas, decidiría el destino de las cuatro jóvenes.
0 Comments
0 Shares
87 Views